Ángel Corella sonríe de cerca

Aina Salvadó

Para la mayoría de nosotros, entrar en una sala llena de barras y un piano de cola es dejarse llevar por una nostalgia y un nerviosismo que se apodera de cada una de tus articulaciones.

Entre los cincuenta invitados a los ensayos exclusivos para clientes de Hibiscus, dos miradas cándidas que se hipnotizan al ver los pies de un bailarín y el tutú de una bailarina.

Hoy es un día especial para dos niñas que han salido antes del colegio para acercarse a un mundo que les atrae y que sueñan en formar parte de él.

Bailan todas las tardes, de lunes a viernes, pero en cada paso que dan se les escapa un brazo, una mano y una mirada que hoy se queda perpleja al ver delante uno de los bailarines más importantes de la danza. Ríen inocentemente.

Sólo hay una sonrisa contagiosa y tranquila capaz de transmitir serenidad a cuatro días de un estreno absoluto. Una sonrisa que no viaja cuando hay que corregir, repetir o rectificar a un bailarín.

La sonrisa de Ángel Corella se despide en pocos días del Amercian Ballet de Nueva York para concentrarse en alimentar al Barcelona Ballet. En una antigua fábrica de colchones barcelonesa, Corella persigue el sueño de crear esa compañía de ballet clásico que no ha existido nunca en nuestro país pero que siempre ha sido anhelada.

Las dos danzarinas de cinco años están a un palmo de su futuro ideal. Ellas y todos los invitados están inmóviles sentados delante del revelador espejo que viste la sala de ensayo de la sede del Barcelona Ballet. Un espejo testigo del esfuerzo de cada uno de los cuarenta bailarines que ahora se preparan para ensayar una vez más el último acto de Paquita, una obra clásica con carácter español que hace mover las caderas de unas bailarinas que flotan encima de las puntas.

Es un día de junio y la luz de mediodía inunda de claridad la sala blanca con techos altos que deja al descubierto el talento y la creatividad de una compañía dirigida por un amante de la danza.

Un ventanal tan enorme como hechizante es el escaparate perfecto para una compañía que nace con la ilusión de acercar la danza al público, una ilusión que Atrápalo ha demostrado compartir.

Por la calle pasean unos turistas con ojos rasgados y otros con pelo rubio y piel clara; pero todos quedan atrapados tras un cristal que pone de manifiesto que la danza es un lenguaje universal que no entiende de idiomas sino de sentimientos.